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martes, 14 de mayo de 2019

EL DIARIO DE XIMENA



EL DIARIO DE XIMENA

Hoy que pintaron mi casa recordé que de niña dormía en el cuarto contiguo al de mis padres. 
Nunca sentí tanta tranquilidad como en aquellos ayeres. Yo escuchaba su plática acerca de las tareas que iban a realizar al día siguiente y la exacta sincronización con la que  apoyarse.  

 Mi padre me leía un cuento de vez en cuando; en varias ocasiones me retaba para que   yo leyera por cuenta propia un libro entero. Después me hacía un examen pintoresco en el que yo terminaba aprendiendo más de lo que leía.  Cuando entré al CETAC, mis padres decidieron que era mejor separarse. 

Quizá los acuerdos se habían agotado. Al margen de esta situación, yo me fui aislando y, poco a poco,  sentí que ya no tenía hogar. Mi actitud era más bien reservada; tenía pocos motivos para sonreír genuinamente, pero muchos para enfadarme con facilidad.  

Poco a poco noté que a la salida de la escuela se reunían varios chicos que, después  supe, ni siquiera eran estudiantes. Llegaban con gran escándalo todas las noches y algunas chicas de mi escuela se arremolinaban en el auto del que ellos descendían.  

Cierta ocasión, mientras caminaba rumbo a la parada del autobús que me llevaría a casa, uno de aquellos chicos se emparejó a mi marcha y me preguntó:  —¡Ey!, preciosa, ¿a dónde vas con tanta prisa?  —¿A dónde más sino a mi casa? —contesté yo.  —¿No te aburre hacer siempre lo mismo? —insistió él—. Quiero decir,de tu casa a la   escuela, de la escuela a tu casa… ¿y cuándo te diviertes? 

Yo, en cambio, trato de divertirme  todos los días haciendo cosas diferentes.   —¿Ah sí?, ¿como cuáles? —repliqué, pues para mí todos los días eran iguales.  —Puedo platicarlas, pero estoy seguro de que si te las muestro,comprenderás—dijo él    con mucha seguridad. Metió su mano en un bolsillo de su pantalón, puso frente a mí dos   diminutas pastillas rosas y dijo: —De este color es mi vida.  

Se echó una a la boca y me ofreció la otra. Sin dudarlo un segundo tomé aquella  pastilla entre mis dedos, me la llevé a la boca y la tragué. Tuve una sensación como nunca.

 Se que yo era otra; sentí capaz de hacer y decir todas esas cosas en las que siempre me  había limitado.  

 No me percaté de cómo sucedió,pero después de cierto tiempo,consumía a diario esas   pastillas: en la escuela, en casa y,sobretodo,en las fiestas. Sin embargo,así como la«magia» había llegado, la pesada realidad cayó sobre mis hombros: empecé a estar muy distraída en  clases y, en consecuencia, mi desempeño académico mermó. 

¡Qué catástrofe! Yo estaba     segura que era una buena estudiante

Uno de esos días en los que volteas a ver a los demás y observas que su vida es más                              sencilla que la tuya —que todos viven preocupados por verse bien,por tener un celular mejor        que el del compañero de al lado o de que, si no publican algo en​ Faceboo , pueden perder         popularidad… y un sinfín de cosas que a mí, en ese momento, me parecían sumamente                     triviales—, salía de mi última clase, el maestro me alcanzó y palmeó mi espalda mientras  decía:  


—Ximena, eres una chica muy inteligente. Desconozco lo que te está pasando,pero te        recomiendo que para este examen estudies y reafirmes que sigues siendo la brillante alumn que siempre has sido.  

Sentí mucho coraje porque pensé: «¿¡Cómo se atreve a decirme que siga siendo la  misma después de todo lo que me ha pasado!?». Traté de contener mi enojo y le pregunté:   

—¿Cómo puedo seguir siendo la misma si todo lo que está a mi alrededor ahora es                                 diferente?

—Ximena, en la vida, en el amor y en el trabajo,lo más importante es no ser lo que se                  era antes —comentó con una sonrisa amigable—. La vida está llena de experiencias y cada uno va formando la suya, pero siempre podemos retomar el rumbo. Tenemos derecho a                             equivocarnos, ¿o no?  

El día que el profesor entregó el resultado de los exámenes, se paró frente al grupo y                                  
dijo: 

—¡Chicos!, voy a entregarles sus exámenes. Lo haré del menor al mayor número de                             aciertos.  

Comenzó a nombrarnos: Leticia, Carlos, Eréndira, Roberto… Me sentí preocupada,   ¡¿Por qué no me nombraba a mí?! Seguro había perdido mi examen.  


—Finalmente —dijo el profesor—, el mejor examen: ¡Ximena! 

 Todos se sorprendieron, pero luego se acercaron presurosos a mi lugar; unos para felicitarme, otros quizá para cerciorarse del resultado.  

—¡Órale! —exclamó Pablo—. Esa no me la sabía, ¿de cuándo acá te volviste                           inteligente? 
 ¡¿Pero qué rayos estaba sucediendo?! Unos me pedían que siguiera siendo la misma,yotros me decían que había cambiado mucho, que me había vuelto otra… ¡Qué confusión! 


—Seguro hizo trampa —comentó Patricia. Ella era la mejor de la clase; creo que la                               mejor en todas las clases. 

—No soportas que alguien sea mejor que tú —le dijo Romina.  

Patricia salió furiosa del salón. Dio un tremendo azote a la puerta.  


—No se puede hablar con ella —señaló Juanita—; cuando quiere, está de buenas yes                               tu amiga, pero cuando está de malas, ni quien la aguante.  

—Oí que hace una semana murió su abuelita —dijo Javier con cierto pesar—, quizá                             por eso anda más sensible de lo normal.  

—¡O a lo mejor anda en sus días! —terció burlonamente Octavio.  

Fue cuando comprendí que yo no era la única que atravesaba por momentos difíciles, y también que Octavio seguía siendo un idiota. 

A partir de entonces recuperé cierto gusto por la lectura.   Recordé   cuando mi padre me               retaba a leer y yo devoraba los libros  .Me volví un poco popular en la escuela,pues no solo me  vi reconocida por mis compañeros de clase, sino que de otros grupos me buscaban para que los orientara con algunas tareas.    

¡Pastillitas rosas…! ¿¡Quién las necesita!? 
 

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